jueves, 15 de septiembre de 2011

Los Gobiernos demagógicos siempre corrompen al ciudadano

Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen dice el refrán, y los gobiernos modelan al ciudadano a su imagen y semejanza debería añadirse.

La historia de la humanidad ha estado plagada de innumerables ejemplos de gobiernos que han sabido conducir a sus pueblos a la grandeza y el desarrollo. Pueblos que se han levantado por sobre los demás para conquistar las ciencias y las artes. Pueblos que han logrado mediante el esfuerzo de cada uno de sus ciudadanos una vida mejor para ellos mismos y la sociedad.

Pero de tiempo en tiempo, astutos políticos, ávidos de poder, riqueza y fama conquistan el imaginario colectivo y les plantean hermosas ilusiones alejadas de reales posibilidades de concreción o apoyados en astutas campañas malignizan la realidad haciendo creer que se necesita un cambio, el cambio por supuesto representado en ellos.

Por alguna razón que va más allá del entendimiento, personas capaces pero con pequeñas o grandes insatisfacciones reales o supuestas, se dejan llevar del brazo de estos vendedores de ilusiones. El pueblo vota y los elige como sus gobernantes, esperando claro está, que cumplan y los lleven al paraíso prometido. Un nuevo gobierno ha llegado, la democracia ha muerto, larga vida a la demagogia.

Ya afianzados en el poder, el afán siempre constante de los gobiernos demagógicos, es mostrar logros inexistentes, minimizar los errores cometidos, desoír o eliminar las críticas así estas sean constructivas, destruir al opuesto, cegarse ante sí mismo y no ver más allá de su ombligo. La referencia del universo es el mismo. ¿Pero a que costo? Del ciudadano, claro.

No puede acabar bien el ciudadano de un país cuyo destino está en manos de personas cuyo único fin es la detentación y consolidación perenne del poder adquirido; no tener un gobierno enfocado en mejorar sus condiciones de vida, sino mas bien, uno que sólo piensa y actúa en función de desarrollar y perfeccionar los mecanismos que le permitan perpetuarse así sea a costa de aquellos a quienes dice gobernar.

Una consecuencia indeseable: la corrupción de la sociedad

La corrupción de los ciudadanos es probablemente uno de los efectos más perniciosos de los gobiernos demagógicos.

Un gobierno que usa la mentira y el engaño, lo inexistente, para sustentarse en el poder, necesariamente transmite primero a sus militantes y luego al resto de los ciudadanos, el malsano ejemplo de que mentir y engañar es bueno, o por lo menos deseable y que en el fondo esa es la fuente de la riqueza y el poder de quienes los gobiernan. El mal ejemplo cunde y se enraíza en la sociedad.

La demagogia de los gobernantes sucumbe en un acto de reciprocidad perverso ante la necesidad de ser permisivo y corrupto. Permisivo para dejar que aquellos que comparten su discurso puedan actuar libremente, socapados oficial o extraoficialmente por los distintos órganos del Estado; y corrupto, para permitir que se sacien sus necesidades sin poner en riesgo los canales de su sustento financiero. Para estos gobiernos es deseable que sus bases llenen sus alforjas y sean felices y obedientes seguidores.


El contagio de estos indeseables trasciende más allá de los límites de la militancia político partidaria y de las distintas instituciones y órganos del poder estatal, hasta llegar a cada uno de los ciudadanos, habitantes y estantes de un país. Nadie quiere estar en la base de una sociedad que castiga con dureza a quien vive honesta y honradamente de su trabajo y/o de su salario. Castigo que llega bajo la forma de presiones injustas y excesivas, manejo engañoso de los parámetros macro y microeconómicos, maltratos, abusos y concusión de funcionarios públicos, pérdida del poder adquisitivo de sus ingresos, exclusión social y otros comportamientos o acciones que lo victimizan y lo estigmatizan como diferente y ajeno al sistema. 


El ciudadano común termina rindiéndose y perdiendo sus principios, valores e ideales, trastocándolos por otros de naturaleza malsana que le permitan subsistir en una sociedad corrompida, y ser parte así de una colectividad que lo excluía. Triste realidad la de quien vive bajo estas condiciones, pero en el fondo si bien no justificable, al menos entendible este desdichado proceder. 


El particular, el hombre común, adopta como válidas conductas como engañar en lo que vende o comercializa, en lo que tributa, en lo que paga. Asume que si pertenece a un sector que puede resultar estratégico para el gobierno tiene carta blanca para hacer lo que le venga en gana, se siente blindado, con un blindaje que para colmo se lo proporciona el propio gobierno a través de los brazos que precisamente deberían estar para asegurarse que nadie sea engañado, robado o atacado física o psicológicamente. 


Más, y pese a quién pese, todo tiene un inicio y un final, y eventualmente debido a la acumulación de contradicciones internas estos gobiernos demagógicos degenerados en oclocracias, terminarán colapsando y se dará un cambio cualitativo en cuanto a quienes serán los designados para guiar los destinos del país. 


Sin embargo, dado el hecho de que una sociedad no se “resetea” a la manera de un computador, es decir, si bien en una computadora cuando existe un error o un virus es posible presionar un botón y hacer que en cuestión de pocos segundos o a lo sumo minutos la falla sea superada, esto en un Estado es imposible; serán generaciones futuras las que sufrirán las consecuencias nefastas que habrán dejado en la sociedad aquellos que alguna vez la manipularon y la usaron para su beneficio, particularmente habrá que lidiar con la trastocada escala de valores y principios que fue impuesta en los ciudadanos.

lunes, 1 de agosto de 2011

Los precios se mantienen pero nadie reclama por el peso y la calidad

Se ha vuelto una práctica cotidiana la forma en la cuál los precios de los diferentes productos de consumo diario se mantienen invariables o con muy pequeñas subidas, acompañada de una drástica reducción de los pesos y la calidad de éstos. Y lo peor es que a pocos parece importarles demasiado este asunto, excepto a quien los sufre.

Es cierto que la inflación de cualquier país se puede medir directamente entre otras cosas con el precio de los productos que consumen las personas. Si los precios se mantienen quién puede negar que no existe inflación. Si los precios siguen igual y en consecuencia aparentemente no existe inflación, que gran logro para los gobiernos de turno ¿verdad?

Se ha vuelto una constante perversa para la sociedad en la que vivo restregarte en la cara que no son posibles los aumentos del sueldo pues no existiría una razón para ello, al fin y al cabo, según el gobierno, el pan sigue costando lo mismo -o a subido mínimamente-, la ropa, el transporte, las verduras, entre otros, tampoco habrían subido de precio.

Pero, será esto cierto: ¿que las cosas no han subido?

Veamos algunos casos emblemáticos de lo que hablo: el pan ha sufrido reducciones importantes en su peso y en la calidad de sus insumos -a decir de algunos panaderos-, pero el precio se lo trata de mantener artificialmente sin variación. Esa la razón para que se siga ofertando por unidad y no por peso en las tiendas de barrio y mercados. Por que si se trata de comprarlo en los supermercados donde se lo cobra por peso, resulta innegable su incremento de precio, no sólo al doble sino al triple, e incluso más.

La ropa: cada vez es más recurrente ver vendedores callejeros que ofrecen artículos de vestir a precios módicos, su secreto: o es ropa usada, o son fabricados con materiales de ínfima calidad que duran muy poco.

El transporte: quién puede negar que mantener un vehículo de transporte público o privado no sólo implica el uso de gasolina, la cuál aúnque no ha subido de precio -por seguir siendo subvencionada- es sólo una parte de su costo de funcionamiento; ahí también están las diferentes partes del vehículo que requieren ser revisadas y si es el caso cambiadas periódicamente. Con los precios de los pasajes obligados a mantenerse, está claro que un transportista -más aún si es el dueño de su herramienta de trabajo- tratará de mantener negligentenmente en el mínimo sus gastos de operación, probablemente usando repuestos de menor calidad, usando soluciones caseras o haciendo reparaciones eventuales. Hasta que no ocurra un accidente con víctimas fatales, probablemente no se tomará conciencia de esta criminal actitud.

Pero incluso con esas artimañas ahora los transportistas ya no pueden seguir jalando de la cuerda y solapadamente están aumentando sus tarifas: quitando los remates, disminuyendo los tramos que recorren, cobrando más si es día domingo, feriado o de noche. En fin, buscando una manera de sobrevivir, y al mismo tiempo socapando para que el gobierno siga hablando de que los pasajes no han subido, vamos, que no hay inflación.

Y así puede seguir la lista con casi todo lo que un ciudadano común está obligado por natura a consumir o usar diariamente. Todo supuestamente sigue al mismo precio -o casi- pero en la realidad lo que consume y usa es en menor cantidad o de peor calidad.

Más allá del daño en la calidad de vida que esto representa. Sería bueno preguntarse si este tipo de actitudes no están engendrándo una cultura del engaño, del robo, la manipulación, de la realidad falseada. ¿Será que esto no afecta al colectivo y al individuo a corto, mediano y largo plazo? Si hoy son los alimentos, el transporte y los alimentos, sólo para citar algunos, que pasará a mediano o largo plazo con la atención en salud o la educación que se brinda. En fin, el tiempo y los efectos de seguro nos harán ver en que desemboca este tipo de conductas, tanto a nivel de los individuos cuanto a nivel del propio Estado. Pero me animo a suponer que no será nada bueno.

sábado, 26 de febrero de 2011

Libertad de expresión, redes sociales y dictadores

La libertad de prensa y la libertad de expresión son no sólo dos conceptos y a la vez derechos de los ciudadanos, sino al mismo tiempo irreconciliables aspectos con la personalidad de líderes autoritarios, dictadores declarados o soterrados, o de individuos que son o se hacen aprendices de éstos.

Recientemente leí un editorial de un medio de prensa, titulado El diablo y los medios de comunicación que concluia señalando que "...si algo tienen en común todos los tiranos y los que aspiran a serlo, más allá de sus diferencias ideológicas o doctrinarias, es que le tienen pavor a la libertad de expresión y de información."
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Efectivamente, los acontecimientos recientes del norte de áfrica y en general de los países arabes han mostrado como sus líderes, en la mayoría de los casos empotrados en sus sillones presidenciales por muchos años, y considerándose así mismos como imprescindibles para la vida de sus países y de sus pobres y desprotegidos -en su mesiánico criterio- habitantes, no han dudado ni por un segundo de acallar a cuanto medio de comunicación que pretendiera dar una información objetiva de los acontecimientos.

No contaron sin embargo con que la humanidad y la tecnología han avanzado pasos gigantescos en cuanto a la forma y los medios con que se comunica. Las ya famosas redes sociales por su destacado papel en los diferentes movimientos que han derrocado a aquellos tiranuelos, desequilibraron y desequilibrarán cada vez más -a favor del pueblo- las maquiavólicas manipulaciones que se realizan en los medios tradicionales, llámese televisión, radio o prensa escrita, particularmente si son gubernamentales.

Incluso saturar con propaganda y pancartas las calles, atiborrar plazas o cualquier espacio público con fanáticos, mercenarios, incondicionales u obligadas personas para pretender llenar una pantalla de televisión -manipulada artificiosa y maliciosamente- ya no es suficiente.

La dinámica con la cuál las personas se comunican e intercambian la información que puede ser vital para llevar adelante algún tipo de acontecimiento o congregación, hoy va más allá de las clásicas; las ya anacrónicas formas para manipular la información de los medios de información tradicionales para acallar tanto la libertad de expresión como la libertad de prensa, hoy no son más, efectivas.


La lección que se debería aprender de Egipto, Libia y otros países en la misma dinámica, es que de nada sirve hoy la prohibición o censura que se hace desde los gobiernos a los medios de comunicación para que publiquen tal o cuál noticia, o que deliberada y malintencionadamente difundan otras con evidente desapego de la realidad, o que por último hagan caso omiso de las demás por resultarles incómodas o perjudiciales. Hoy, los pueblos tienen muchos otros medios para informarse y estar conscientes de la realidad que les alberga.


Pero no cabe duda que siempre habrá no sólo la tentación, la intención y la decisión de coartar la libertad de expresión, y probablemente intentarán extender sus tentáculos hacia esos nuevos medios de comunicación, y quién sabe, con mayor o menor éxito. Sin embargo, será en definitiva una batalla perdida a favor de la libertad de expresión. Hoy no son los gobiernos los que controlan que y como se informa, hoy los ciudadanos son cada vez más dueños de que, como, de quién y donde han de informarse.


Los gobernantes de turno deben entender que no podrán más a partir de la fecha, abusar y manipular descaradamente los medios de información a sus disposición para conseguir permanecer indefinidamente en sus cargos. Pensar lo contrario, demostraría inegablemente la desconexión que tienen con el contexto y con la sociedad.


Gobernantes latinoamericanos y caribeños han de comprender que se es sujeto de cambio y de progreso en la medida en que se respeta la voluntad de los pueblos y se deja una huella temporal que sólo puede ser perdurable y bien reconocida en la medida en que uno apuesta siempre a la renovación y al progreso.


Empoltronados gobernantes como los de Cuba y otras naciones del orbe no habrían durado tanto sino fuera por que mantuvieron a su pueblos anclados en los años sesenta, sin internet, sin redes sociales, sin libertad de expresión y sin libertad de prensa. Pero esto ya no es más así. La revolución tecnológica llegó, y llegó para quedarse y transformar la manera en la que nos comunicamos, e impedir regímenes eternos y mesiánicos.

lunes, 4 de octubre de 2010

Democracia y elecciones

Democracia y elecciones son términos diferentes pero tan asociados que usualmente se asimilan el uno con el otro.

Es evidente que la democracia simboliza conceptual y doctrinalmente el hecho de que la sociedad se provee de un gobierno mediante algún mecanismo que proporcione la selección dentro de si de los que la puedan regir y gobernar para lograr la consecución de un objetivo común.

Cierto es también, que elecciones es el denominativo que se le da a aquellos actos colectivos por los cuales un grupo o la sociedad escoge dentro de un universo de opciones que se le proporcionan, y da como victoriosa a la que obtiene el apoyo mayoritario de los escogientes o mandantes.

Y es claro e indubitable para cualquiera que el instrumento que viabiliza y permite la existencia de la Democracia es precisamente, la elección.

Pero lamentablemente, tan importante y crucial acto, como lo constituye el electoral, ha sido objeto de múltiples manipulaciones a lo largo de la historia humana, y nuestra época no se ha librado de tales prácticas.

Como no puede ser de otra manera, dichas manipulaciones han generado dentro de distintos grupos de la sociedad, generalmente los perdidiosos, un sentimiento de engaño, una sensación de abuso y de manipulación de su voto. Un sentir y un pensar en fraude, en ocasiones fundado y acertado.

Debemos referirnos directamente a la fuente de la constitucionalidad, la ley fundamental, la Constitución Política del Estado, la cuál a pesar del constitucionalismo funcional que vivimos, sigue siendo la única que puede garantizar la vida organizada jurídica y políticamente de una sociedad. Y, por tanto, el referente con el cuál debemos realizar nuestras acciones y establecer los mecanismos eleccionarios que habrán de delinear los perfiles democráticos que se pretende lograr.

¿Pueden unas elecciones fraudulentas, garantizar que el ganador ha sido elegido democráticamente y ser en consecuencia, un gobierno constitucional, legal y por sobre todo legítimo?

No es un problema menor, sino por el contrario de fundamental trascendencia para la vida de los pueblos el que la democracia se sustente en elecciones sin tacha, pero eso en algunos países de latinoamérica es como pedir al perro que no ladre o que no tenga pulgas.

Siempre el ser humano estará buscando ventajas y privilegios por encima del resto, está en su naturaleza, en su esencia. Como Hobbes decía, el hombre es lobo del hombre.

Más, si democracia es el gobierno del pueblo y los resultados amañados en una elección no reflejan el sentir de un pueblo, seguirá siendo democrático el gobierno posesionado.

Ciertas sociedades que practican alguna versión Social Comunitario Democrática de democracia, señalan que desde sus bases hasta la cúpula, se ha pasado y se ha basado el sistema, en la elección y selección de individuos propuestos para ser votados. Sin embargo, olvidan decir estas “Democracias” que de antemano se ha depurado la lista de los que pueden ser electos, y se ha marcado el unipartidismo como pilar de ese modelo democrático. Entonces, no será este una especie de fraude pre-electoral?, cualquiera que viva en alguno de los tipos de Democracia prevalentes en el mundo -la directa y la representativa-, responderá afirmativamente. El sesgo que se da a los potenciales elegibles, introduce un elemento que desvirtua la universalidad y la pluralidad propias de cualquier régimen democrático, y hacen a esas elecciones fraudulentas. ¿Cuál será entonces el sello de democracia que se subroga dicha sociedad?