La historia de la humanidad ha estado plagada de innumerables ejemplos de gobiernos que han sabido conducir a sus pueblos a la grandeza y el desarrollo. Pueblos que se han levantado por sobre los demás para conquistar las ciencias y las artes. Pueblos que han logrado mediante el esfuerzo de cada uno de sus ciudadanos una vida mejor para ellos mismos y la sociedad.
Pero de tiempo en tiempo, astutos políticos, ávidos de poder, riqueza y fama conquistan el imaginario colectivo y les plantean hermosas ilusiones alejadas de reales posibilidades de concreción o apoyados en astutas campañas malignizan la realidad haciendo creer que se necesita un cambio, el cambio por supuesto representado en ellos.
Por alguna razón que va más allá del entendimiento, personas capaces pero con pequeñas o grandes insatisfacciones reales o supuestas, se dejan llevar del brazo de estos vendedores de ilusiones. El pueblo vota y los elige como sus gobernantes, esperando claro está, que cumplan y los lleven al paraíso prometido. Un nuevo gobierno ha llegado, la democracia ha muerto, larga vida a la demagogia.
Ya afianzados en el poder, el afán siempre constante de los gobiernos demagógicos, es mostrar logros inexistentes, minimizar los errores cometidos, desoír o eliminar las críticas así estas sean constructivas, destruir al opuesto, cegarse ante sí mismo y no ver más allá de su ombligo. La referencia del universo es el mismo. ¿Pero a que costo? Del ciudadano, claro.
No puede acabar bien el ciudadano de un país cuyo destino está en manos de personas cuyo único fin es la detentación y consolidación perenne del poder adquirido; no tener un gobierno enfocado en mejorar sus condiciones de vida, sino mas bien, uno que sólo piensa y actúa en función de desarrollar y perfeccionar los mecanismos que le permitan perpetuarse así sea a costa de aquellos a quienes dice gobernar.
Una consecuencia indeseable: la corrupción de la sociedad
La corrupción de los ciudadanos es probablemente uno de los efectos más perniciosos de los gobiernos demagógicos.Un gobierno que usa la mentira y el engaño, lo inexistente, para sustentarse en el poder, necesariamente transmite primero a sus militantes y luego al resto de los ciudadanos, el malsano ejemplo de que mentir y engañar es bueno, o por lo menos deseable y que en el fondo esa es la fuente de la riqueza y el poder de quienes los gobiernan. El mal ejemplo cunde y se enraíza en la sociedad.
La demagogia de los gobernantes sucumbe en un acto de reciprocidad perverso ante la necesidad de ser permisivo y corrupto. Permisivo para dejar que aquellos que comparten su discurso puedan actuar libremente, socapados oficial o extraoficialmente por los distintos órganos del Estado; y corrupto, para permitir que se sacien sus necesidades sin poner en riesgo los canales de su sustento financiero. Para estos gobiernos es deseable que sus bases llenen sus alforjas y sean felices y obedientes seguidores.
El contagio de estos indeseables trasciende más allá de los límites de la militancia político partidaria y de las distintas instituciones y órganos del poder estatal, hasta llegar a cada uno de los ciudadanos, habitantes y estantes de un país. Nadie quiere estar en la base de una sociedad que castiga con dureza a quien vive honesta y honradamente de su trabajo y/o de su salario. Castigo que llega bajo la forma de presiones injustas y excesivas, manejo engañoso de los parámetros macro y microeconómicos, maltratos, abusos y concusión de funcionarios públicos, pérdida del poder adquisitivo de sus ingresos, exclusión social y otros comportamientos o acciones que lo victimizan y lo estigmatizan como diferente y ajeno al sistema.
El ciudadano común termina rindiéndose y perdiendo sus principios, valores e ideales, trastocándolos por otros de naturaleza malsana que le permitan subsistir en una sociedad corrompida, y ser parte así de una colectividad que lo excluía. Triste realidad la de quien vive bajo estas condiciones, pero en el fondo si bien no justificable, al menos entendible este desdichado proceder.
El particular, el hombre común, adopta como válidas conductas como engañar en lo que vende o comercializa, en lo que tributa, en lo que paga. Asume que si pertenece a un sector que puede resultar estratégico para el gobierno tiene carta blanca para hacer lo que le venga en gana, se siente blindado, con un blindaje que para colmo se lo proporciona el propio gobierno a través de los brazos que precisamente deberían estar para asegurarse que nadie sea engañado, robado o atacado física o psicológicamente.
Más, y pese a quién pese, todo tiene un inicio y un final, y eventualmente debido a la acumulación de contradicciones internas estos gobiernos demagógicos degenerados en oclocracias, terminarán colapsando y se dará un cambio cualitativo en cuanto a quienes serán los designados para guiar los destinos del país.
Sin embargo, dado el hecho de que una sociedad no se “resetea” a la manera de un computador, es decir, si bien en una computadora cuando existe un error o un virus es posible presionar un botón y hacer que en cuestión de pocos segundos o a lo sumo minutos la falla sea superada, esto en un Estado es imposible; serán generaciones futuras las que sufrirán las consecuencias nefastas que habrán dejado en la sociedad aquellos que alguna vez la manipularon y la usaron para su beneficio, particularmente habrá que lidiar con la trastocada escala de valores y principios que fue impuesta en los ciudadanos.